La catacumba de los santos Marcelino y Pietro se encuentra junto a la tercera milla de la antigua vía Labicana, hoy vía Casilina.

En la antigüedad, el topónimo se llamaba ad duas lauros (“en los dos laureles”), lo que indicaba una vasta propiedad del emperador, además de la zona del cementerio. Los laureles, de hecho, eran tradicionalmente arbustos colocados a la entrada de las tierras imperiales.

En este lugar, donde desde el siglo II existía la necrópolis de los Equites Singulares Augusti, guardia a caballo del emperador, se instaló en la segunda mitad del siglo III la catacumba cristiana, que albergó los cuerpos de numerosos mártires de la persecución de Diocleciano: en primer lugar los de los santos Marcelino y Pietro, que dan nombre a la catacumba.

La catacumba conserva un vasto patrimonio de pinturas, fechables en los siglos III y IV, en parte restauradas recientemente con tecnología láser. En época constantiniana se erigió el complejo monumental que se alzaba sobre el suelo de la catacumba, formado por una gran basílica en forma de circo romano (llamada “circiforme”) conectada a un mausoleo, probablemente construido por Constantino para sí mismo, pero destinado más tarde a albergar la sepultura de su madre, Augusta Elena.

Los restos de Santa Elena se conservaron en un gran sarcófago de pórfido rojo, que hoy se expone en los Museos Vaticanos.