Te subes a tu bicicleta eléctrica y, en pocos minutos, dejas atrás las zonas más turísticas de Medellín.
El tráfico y el ruido se desvanecen a medida que atraviesas barrios donde se desarrolla la vida cotidiana, ajena a las prisas de los visitantes. En la plaza, ves a un grupo de ancianos jugando a las cartas, como si el tiempo se hubiera detenido. Más adelante, el aroma de buñuelos recién hechos te atrae hacia una panadería tradicional, despertando tu apetito.
Pedaleas por calles arboladas, oyes historias que no aparecen en las guías turísticas y te sientas a la mesa con los lugareños para degustar una arepa elaborada con la misma receta utilizada durante décadas.
Aquí, la ciudad no es un espectáculo para turistas: vive, respira, se saborea sin filtros. Si buscas una excursión que te conecte de verdad con la auténtica Medellín, ésta es la tuya.