Entrar en el gimnasio es como entrar en el plató de una película de acción. El aire zumba con energía mientras los guantes golpean las almohadillas a un ritmo enérgico. Los entrenadores te saludan con amplias sonrisas y, por un momento, te imaginas como un héroe del Muay Thai a punto de desvelar una fuerza oculta.

Empieza con un calentamiento que te sacuda todo lo que te retiene. Cada estiramiento despierta tu cuerpo, haciendo que tus músculos se sientan vivos. Tu entrenador te guía a través de cada puñetazo, codo, rodilla y patada con tal claridad que tus movimientos fluyen con naturalidad. Sientes el ruido sordo de tus guantes al golpear las almohadillas, el chasquido agudo de una patada bien asestada y el orgullo que aumenta con cada golpe. Hay risas cuando tu equilibrio se tambalea, y vítores cuando lo haces bien. Puede que incluso conozcas a un nuevo compañero aquí, compartiendo sonrisas y ánimos entre rondas.

Luego viene la mejor parte: cuatro emocionantes rondas de trabajo con almohadillas. Cada golpe cae con un golpe satisfactorio que te llena de emoción. El sudor te resbala por la cara, tu respiración se convierte en exhalaciones fuertes y concentradas y, por un momento, parece que no existe nada, sólo tú, tu entrenador y el ritmo de tus movimientos.

Cuando la clase termina con estiramientos profundos, tus músculos se sienten cansados pero felices. Tu mente está tranquila y confiada. Al salir fuera, el mundo parece más luminoso y no puedes evitar pensar: “Estoy deseando volver a hacerlo”. Porque aquí el Muay Thai no es sólo un entrenamiento: es una experiencia que te hace sentir fuerte, vivo y preparado para enfrentarte a cualquier cosa.